ARCHIVO DE BALVANERA

martes, 3 de marzo de 2015

La historia de Juan el Paraguayo de la 66

Juan, un nombre ordinario. Un nombre de todos lados, Hans en alemán, Jean en francés, John en inglés, Joan en catalán, y en Paraguay también se dice Juan, como en Argentina.

Este es el caso de Juan, un paraguayo que vive en esta ciudad, concretamente cerca tuyo, cerca mío, y seguramente algún amigo tenés en común con Juan.

Juan se destaca por ser considerado un inútil, un bueno para nada. Admite un salario de 4000 pesos en negro de la empresa constructora por vigilar la manzana 66, en Belgrano y Jujuy. Además “le permiten” vivir en una casilla, donde usa la electricidad para calentar la comida y los mates. En compañía de su perro guardián Juan se siente satisfecho rodeado de escombros y nada más.

Sin embargo Juan no es igual a esa masa de juanes que viven insertados en el mundo como puntos de un periódico. Lo que lo hace especial a Juan es su enorme corazón, su capacidad de dar y recibir menos, siempre menos.

Juan dejó a su novia embarazada, vino a buscar un trabajo para mantener a su nueva familia, además tiene a su madre enferma. Juan ayuda a los suyos, Juan no es mejor ni peor que nadie, ama a su madre como a Dios mismo, y cuando sus hijos crezcan enseñará a amar a su madre igual que le enseñaron a él.

La vida pasa delante suyo, extraña las estrellas de su Paraguay, aquí en la manzana 66 apenas puede ver algo, demasiada luz cerca, demasiada ciudad a su derredor.


Recientemente aparecieron gatos muertos en su manzana. ¿Sabía él que estaban guareciéndose de la muerte estos nueve gatos? Sí. La gente sospecha de él, yo sospecho de él, todos de él sospechamos. Es tan inocente que en su cabecita cabe la posibilidad de que pudo haber sido él sin saberlo.

“Ese paraguayo de mierda, negro hijo de puta, ¿Por qué no se va del pozo del que vino? Basura paraguaya…”. Los perros son territoriales, en Balvanera andan en una pequeña jauría y atosigan cuando animal pueden. Estos perros asesinos consideran que su territorio es intocable, y por eso atacan a los inmigrantes, los muerden unos de un lado, y otros del otro, hasta que el animal cansado y horrorizado desfallece y no puede siquiera reaccionar. Juan sabe que algún día esa jauría va a venir a buscarlo pero mientras tanto extraña las chicharras, los tataupás, los hocó colorados, los tapicurú, los atís, los fiofío, los yetapá, extraña las hormigas rojas, amarillas, negras, extraña a los niños de su país…. Extraña salir de su pueblo y sentir el olor de la tierra y las hierbas. ¿Cómo un hombre puede extrañar tanto y aún así vivir?

En el baldío de la manzana 66 todo parece una maqueta, una escenografía de sitio natural; la tierra negra y podrida no sirve para casi nada, y entre un pequeño matorral del lado de la calle Catamarca se encuentran algunos gatos, que lo usan de guarida. Ni ratas hay, su naturaleza son unos yuyos malos, su perro y unos gatos que comen arroz. Entre esto y tener nada, Juan elegiría nada en absoluto.

Aunque la destrucción del barrio de Balvanera se esté gestando en ese predio, su alma ya se encuentra aprisionada entre infiernos desconocidos, la maldad del vecino que lo acusa por venir de afuera, la tristeza de extrañar a su familia, el vacío absoluto de su tierra natal.

Cuando ignoremos completamente la humanidad de Juan será cuando ignoremos completamente nuestra propia humanidad.

¿Cómo un hombre puede vivir extrañando tanto? Trasplantado en esta tierra infértil, rodeado de la maldad de los que como a él, abandonan gatitos que son devorados por las jaurías. ¿Solo por su madre, su mujer y su hijo aguanta esta pena?.

A veces, cuando Juan, el “paraguayo hijo de puta”, “la basura de persona”, el “negro vago de mierda” ve a los proteccionistas de animales siente pena por ellos; Ve a su madre que lo viene a buscar para darle una taza de arroz en compota, ¿Madre, porque viniste a verme en este baldío, esta pena, por qué no me dejás solo, por qué no morís recordándome como cuando vivía en Paraguay?. Madre, déjame solo, no me veas mal comido, no veas mis huesos saliendo de la cara, no sientas mi olor a sucio porque no tengo donde lavar mi ropa…

Pero como no es su madre, Juan accede y abre la puerta, deja que entren las proteccionistas, que alimenten a los gatos, y que acaricien al perro. Juan siente vergüenza por los gatos, porque como él, desearía que los saquen a todos de allí. Que los saquen vivos o muertos.

Juan es un nombre ordinario, se destaca por ser considerado un inútil, admite un salario de 4000 pesos en negro para extrañar las manos de su madre, y su mujer. Por olvidar el canto de la chuña y por ser un “paraguayo de mierda” que tiene un corazón enorme para aguantarlo todo. Juan es un nombre; de todos lados.

Como a Juan, podemos darles un hogar a los gatitos que sufren la miseria y inseguridad más cruel.

ADOPTA, CUIDA, TRANSITÁ, CASTRÁ, AMÁ. AMÁ A TU BARRIO; DE BALVANERA. 


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